Artículos de Barbeito en ABC de Sevilla (Año 2013)

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  • Tate

    La tribu 25 de mayo de 2013

    En la plazoleta terriza, apenas habían nacido los sesenta, colocaron una noria que a la niñez le parecía alta como un arco íris alto. Subido a ella, en aquellas barcas que eran péndulo del miedo, una canción sonó por la gramola de la atracción: “Esperanza.” La voz, de Enrique Montoya, y aquel son que traía mareas caribeñas se me quedó dentro, como brújula por la que hallar un día la cercanía de quien la llevaba llena de pájaros flamencos por la garganta.Pasaron muchos años, pero pude, poco a poco, ir conociendo a todos los Montoya. Primero, al patriarca, al gran Enrique, quizá una noche de Alcázar y Bienal,llena de puentes y ríos su voz, de lechuzas machadianas, de lo que quisiera,que Enrique era la música que faltaba en los poemas.

    Yo había vivido una tarde utrerana y caliente de un verano de los setenta con El Turronero y su padre, y pregunté por Enrique. Quería verlo, saber cómo eran de cerca su risa y su mirada, sus andares, su gracia, el señorío que viajaba en su voz cuando se abría como una mariposa por los patios. No pude verlo, pero todo aquello que yo buscaba en el padre, lo hallé, intacto, en sus hijos, sobre todo cuando traté tan cerca a Tate y a Enrique. Cercanía y cariño a raudales;gracia, arte, sencillez… Desde aquel Enrique padre, junto a María, la madre, al último acento de los hijos, los Montoya son un corazón artista que ama y ríe,que abraza como un viento amigo y se extiende como una alfombra de flores. Luz y talento, y siempre la gracia, y siempre ese son de buena gente, un son tan acorde como el de sus voces, sus guitarras, sus palmas, sus bailes… Utrera por dentro, sonándoles como un campanario, el más alto, y bendecido todo por esa Consolación –“la del barquito en la mano”- que le daba, le da, a la casta ese aire de alegre santidad. Ha muerto Tate. Guardo de él nuestro primer encuentro,a finales de los ochenta; y los ratos en su estudio, guitarra y voz, íntimas,fiesta de cumpleaños, baile, compás, alegría… En esta plazoleta terriza de mayo,¿por qué esta avariciosa recluta de la muerte en las quintas del arte flamenco?¿Por qué esta precipitada necesidad de lo mortal de dejarnos sin las manos que tocan, sin las voces que cantan, sin el arte que latía como un corazón enorme que le sube el pecho a la tierra? Tate Montoya que ya estás en los cielos,ruega por nosotros. Qué sola Utrera, qué soledad de mostachones, de rincones de gracia donde el arte improvisa milagros, los regala… Tate Montoya, ¿el corazón?No, habrá sido otra cosa. A una casta tan corazonada no puede fallarle el corazón.

  • Municipales

    La tribu 26 de mayo de 2013

    Dos serenos y dos alguaciles eran toda la fuerza de seguridad que conocíamos en la tribu, dejando a un lado la Guardia Civil, que entonces hacía rondas por el campo más que por la población. En el día mandaban los municipales por las calles, si las calles no quedaban lejos de la plaza principal, que los municipales apenas si iban del Ayuntamiento al campo de fútbol, los días departido, o a las funciones religiosas. Por la noche, dos serenos que recorrían el pueblo, siempre que no lloviera, que la lluvia entonces, en esos casos, se tomaba como una seguridad, y eran frecuentes, si no diarias, las visitas a los hornos donde los panaderos amasaban el pan para la mañana próxima. Lo gordo se dejaba en manos de la Guardia Civil. Pero los serenos tenían una autoridad,como los municipales, que imponía en la tribu una disciplina juvenil que veía en los uniformes una autoridad incontestable.

    Han cambiado los tiempos y han cambiado los municipales. Hoy, cualquier pueblo tiene un cuerpo de Policía Local que se encarga de la vigilancia de todo, de la delincuencia, de la información al ciudadano, de la ordenación del tráfico… Los habrá mejores y peores, es natural, pero, por lo general, son gentes formadas.Los municipales de entonces podrían estar formados, pero lo más común era que se tratara de hombres a los que había quedarles un sitio en la plantilla del Ayuntamiento, por lo que fuera: guardias civiles jubilados, ex combatientes,personas de probada responsabilidad o simplemente buenas personas. Hoy es distinto. Queda claro en las actuaciones diarias de muchos agentes y ha quedado claro en Villamanrique de la Condesa, donde un policía local ha salvado la vida de una niña que estaba prisionera en el incendio de su vivienda. He leído la información y he visto la noticia en televisión, donde entrevistaron a vecinos y al policía local salvador. No hay color, como se dice ahora, entre estos agentes y los de ayer, porque por más buena voluntad que tuvieran los de entonces, estos agentes de hoy, por lo común, tienen muy buena preparación.Solamente escuchar cómo se explicaba el policía, cómo detallaba la situación dela vivienda incendiada, cómo supo entrar cubierto con una manta mojada y practicarle a la chiquilla la reanimación cardiopulmonar, dejan claro qué clase de agente es el policía local de Villamanrique. En la cariñosa memoria manriqueña estarán, quizá, nombres de viejos municipales. Pero en la memoria de hoy está el nombre de este policía local que salvó la vida de una niña,arriesgando la suya. Y es preferible esto.

  • Luz madura

    La tribu 27 de mayo de 2013

    Y vuelves a subir desde la vega, haces de eneas, juncias de la orilla, que el río se mantiene, entre otras cosas, para servirte esa mañana pura como alfombra del paso por las calles del Dios que nadie ve, que todos sienten. Y vuelves a subir, olor tan solo, desde el manchón, que el aire necesita sentir que ya el poleo está pidiendo sitio entre los olores del verano, ese verano que camina lento, huellas de sol en cada paso quedo, andar de noche corta y cielo claro. Y vuelves a venir de los trigales, apretado en espigas, hecho trenzas de pan que todavía no conoce la piedra del molino, que precisa mirarse en los espejos mañaneros donde verse el perfil de grano duro. Y vuelves a venir de los viñedos, niñez de uvas que adelantan paso para estar a la hora en que la Mano las precise en los cálices dorados: que sepa a vino Dios, que sepa a trigo, que llama por el airela inmediata presencia de una luz de eucaristía.

    Y vuelves a venir de los armarios donde duermen las colchas que ese día serán sudario en vela en los balcones. Y vuelves a venir desde los patios, te asomas nuevamente en las macetas que dejaron su flor para este día. La flor, la flor,la flor que quiere adornarte el minuto de tu paso. Todo es calle ese día; todo,abierta devoción de los hombres, de las cosas. Y Tú, ¿cómo nos miras desde esa iluminada estancia donde cuentas por años tus encuentros con la gente, tu presencia sin carne por el aire donde todo es, empero, tu presencia? Y vuelves a venir en los chiquillos que ya fueron a Ti, blanco primero, a invitarte a pasar, a sostenerte en la idea divina que heredaron. Todo vuelve a venir, sigue viniendo con ese paso lento que las luces del día llevan siempre por tus veras, cuando se trata de contar contigo un almanaque que en el alma tiene marcado en oro el jueves de tu encuentro. Todo vuelve a venir, todo te espera; todo celebra ya,sin pronunciarlo, lo que sabe que el jueves será todo alrededor de Dios,alrededores de razón metafórica y divina de aquella última cena con los tuyos.Todo vuelve a venir. Mira el celeste con remates de sol que se coloca este mundo local que ya te siente tan suyo como el aire que respira. Mira cómo se visten y se adornan los sitios de tu paso… Mira, mira… ¿Ha bordado tu Mano en el celeste los pájaros que vuelan y parecen celebrar –será así- la exacta hora del vino, el pan, tu sangre, tu alimento? Luz madura de mayo te rodea, te viste, te reclama, se arrodilla. Siglos y siglos vienen revestidos de una luz que será distinta siempre. Y vienen con olor y resplandores a pronunciar tu nombre con el Corpus.

  • El tuno

    La tribu 28 de mayo de 2103

    Ese era uno de los títulos que venían bajo su nombre en la esquela que nunca imaginábamos ver de él, por edad, por salud, por su diario deporte. Al tuno lo conocí cuando yo era un muchacho y él, cuasi un chiquillo, que hasta tuvieron que falsearle la fecha de nacimiento, no recuerdo si para poder grabar el primer disco de Amigos de Gines o para qué. Tenía la cara del niño que era, y yo lo admiraba y lo envidiaba, porque no me explicaba cómo, con menos de veinte años, pudo haber escrito dos versos que siguen siendo para mí de lo más elevado que se han escrito entre las buenas letras de sevillanas, que hay versos muy buenos, obra de poetas, claro. La sevillana que digo está en el primer LP de Amigos de Gines, y cada vez que la recuerdo siguen estremeciéndome sus dos versos finales, porque los escribió un niño. Empezaba recitando él mismo los cuatro primeros versos: “Aún recuerdo tu silencio / al decir que te quería; /aún recuerdo el primer beso / que te di temblando un día…” Y, cuando la familia le quita de su lado a su amada, los dos versos finales: “Como si escondiendo el agua / se nos quitara la sed.”

    Carlos Baras era el niño de aquellos Amigos de Gines (él, su hermano Luis, Alfredo y Juan Antonio) que lanzaron al aire la primera “revolución” de las sevillanas, inmediatamente después del “Rosario por sevillanas” que tanto alentó Gil Delgado, donde al poner los intérpretes, acertó quien escribió: “Canta: el pueblo de Gines.”Carlos Baras era estudiante de Derecho y tuno, y poeta. Le bastaban esos dos versos que digo para decir que lo era. Pero Carlos escribió mucho más, aunque poco para lo que tendría que haber escrito. Canciones, rumbas, sevillanas,plegarias… Y canciones de tuna. Cualquier letra suya tenía siempre algo que olía a poeta, que sellaba con su buen gusto cualquier composición. Como a su hermano Luis, yo soñaba encontrármelo en el mostrador cuando iba con mi madre a comprar a “Los caminos de Triana”, en San Jacinto, pero fue en Gines donde nos conocimos, cuando afloraban los setenta, y por Sevilla nos encontrábamos algunas veces, y siempre le recordaba aquellos versos. Una triste “Ronda de balcones” ha sonado por mayo en la noche sevillana, justo cuando, con más verdad que nunca, se ha hecho más triste el camino de vuelta, porque Carlos se nos ha ido tres días más tarde de que volvieran las carretas de Gines. “Todo se va terminando / como un sueño que se aleja…” Qué error de la muerte, Carlos:como si escondiéndonos el agua de tu vida se nos quitara la sed de recordarte.

  • Navaja

    LA TRIBU 29-V-13

    Triste esgrima del odio, pobre rúbrica de acero mojada en los tinteros de la sangre. Miserable siega de los filos del arrebato, para nada, para que el tiempo no haga más que aventar penas, para que los molinos del recuerdo no muelan más que negra harina de duelo. Trato en desventaja, mortal admiración de la impotencia, innecesaria tajada que nada corta, sino la vida que se aborrece, no por amor, por complejo, por incapacidad para sostenerle –y ganarle- un pulso a las circunstancias, sin necesidad de que medien los forenses.

    ¿Qué está pasando, qué pensamientos asolanan las cabezas, qué avenates, qué voluntos, qué mala hora ronda por las veras de una idea que solo ve la salida del cementerio a un asunto que dos palabras resolverían sin más: “Me voy.” Hay que poner extintores incluso sobre el hielo, que nunca se sabe dónde puede brotar la llama. Hay que estar encima, hay que castigar desde abajo, desde la primera voz que se convierte en grito, desde la primera mano que se “dice”, antes de que la mano se cuelgue las alas de la mala idea y vuele al golpe, golpee, ofenda, avise de que el segundo vuelo puede ser frío, seco, fino, mortal. Una mujer asesinada, otra, otra; una mujer gravemente herida, otra, otra; una mujer que denuncia y se convierte en objetivo del odio, otra, otra, y ya esa mujer no sabe cómo vivir tranquila, no sabe cómo conciliar el sueño cuando se mete en la noche –o en el día- acompañada de quien se supone que debe ser su guarda y acaba por ser su asesino. “No sé cómo te atreves a llevar una navaja en tu cuerpo, ni cómo yo dejo a la serpiente dentro del arcón…”, dice la madre al hijo en “Bodas de sangre.” La madre sabe lo que pueden dar de sí las navajas, porque su luto se lo cortaron viejas navajas que siempre le tienen nuevo el rencor: “La navaja, la navaja… Malditas sean todas y el bribón que las inventó (…) …Y las escopetas, y las pistolas, y el cuchillo más pequeño, y hasta las azadas y los bieldos de la era…” Cuando las navajas vienen para lo que están viniendo, no para cortar el pan o marcar la chivata del pastor sino para la pobre esgrima del odio, malditas sean. Y malditos quienes en ellas ven la única solución a lo que nunca se solucionará así. “Lo de tu madre ya está arreglado”, le dijo a su hijo un homicida que acababa de matar a su mujer. ¿Arreglado? No, nada se arregla así, ni siquiera el odio que se dio a matar. ¿Qué está pasando? ¿Queremos cerrarle a la mujer los caminos de su justa libertad, y mantener intactos los predios del macho? Contra las navajas y las manos que las traen, sin piedad, sin piedad.

  • Jmotero

    LA TRIBU 30-V-13

    Los primeros artículos que publiqué en prensa los escribí, como tantos otros compañeros, en una máquina Facit, a dos dedos –como ahora-, y tenía que llevarlos diariamente a la redacción del periódico. Por lo general, era un folio donde el Tipex había hecho su “censura” con la esperanza de que en la redacción las correcciones no fueran muy escandalosas. Aquel diario ir al diario me acercó a todos los compañeros que trabajaban en la redacción, a los de talleres, a los de administración y, antes de llegar a ninguno, a las queridas telefonistas, Carmen y Chelo. Los compañeros eran entonces nombres, caras y voces diarias, una cercanía que, aunque me coche diario, valía la pena, porque de entonces me quedan amigos que nacieron en el rescoldo afectivo que ardía entre teletipos, prisas por el cierre y, siempre, la ayuda que pudiera necesitar. De la diaria visita al periódico, para la entrega del artículo, pasé a los mensajeros, que a veces me costaba más el collar que el perro, pero me libraba de la pensión diaria de tener que hacerme diez o doce kilómetros, a veces bajo la lluvia, a veces bajo el calor canalla de la ciudad. Tuvieron que pasar por lo menos seis años hasta que me compré el primer fax, un dineral entonces, pero aquello fue la gloria: escribo, firmo y envío.

    Ahí, con el fax, empezaron a distanciarse la vida laboral del periódico y la mía, y, por mi parte, a echar de menos los buenos ratos en las muchas horas que pasé entre mis compañeros escribiendo crónicas, artículos, reportajes, entrevistas… Más tarde, cuando el internet empezó a pedir paso, llegó a mi conocida torpeza la posibilidad del correo electrónico, y, con buenas palabras pero con firmeza, me dijeron que enviara los artículos por ese sistema, que me ahorraba, entre otras cosas, tener que andar contando palabras. Desde entonces, y salvo algunas visitas esporádicas y con la salvedad del trato y el afecto que comparto con algunos, yo soy Antonio y puntonet o puntocom, y mis compañeros, puntocom o puntoes de último “apellido.” Aunque nos saludamos algunas veces en el periódico, el malogrado compañero José Manuel Otero Bada era, diariamente, jmotero.abc.es. Una pena. Sé ahora, por quienes lo trataron a diario, qué clase de persona y de profesional era. Yo guardo de él sus educadas maneras cuando tenía que hacerme alguna observación, su buen estilo, y aun su sonrisa, una vez que lo llamé por teléfono y le dije cariñosamente, “Hola, jotamotero, aquí gebarbeito.” Hoy siento que la técnica me impidiera tratar a tan buen tipo. Vaya mesesito de mayo… Descansa en paz, admirado jmotero.

  • Te pillé

    LA TRIBU 31-V-13

    Desde estas fechas hasta que los últimos racimos empezaban a emborracharse de sol en las viñas de septiembre, más picoteados por pájaros que aprovechables para la boca humana, salía todas las tardes al campo como quien necesita de un tratamiento bucólico. Si acaso, cólico, porque salía al campo con un canasto que era más famoso que el de las floristas de la zarzuela, y en ese canasto era capaz de traer frutas y verduras para un bodegón mural. Era famoso el canasto. Iba tan campante, como quien no quiere la cosa, pero sabía que el camino que tomaba llevaba a una huerta, a unos ciruelos, a unas tomateras, a unas higueras… Tenía el detalle, eso sí, de echar en el canasto, cuando salía de casa, un mendrugo de pan y una servilleta que cubriera la boca del canasto. Si alguien le preguntaba, levantaba la servilleta por la parte donde estaba el mendrugo y decía que era para echarles de comer a los pajaritos. Llevaba el hombre cuatro o cinco semanas vaciando el campo, poco a poco, en el canasto, y en su casa no faltaban pimientos, tomates, brevas, higos, cebollas… Y un día que lo pillaron con las manos en la masa, que la masa resultó ser su primer acopio de la tarde y eran, por cierto, unas brevas, cuando el dueño del higueral le preguntó qué hacía, dijo: “Ná… Es que las estoy tocando a ver si ya están maduras.”

    El señor presidente del Parlamento de Andalucía y los portavoces adjuntos, que entre los cuatro están las tres siglas mayoritarias, PP, PSOE e IU, se subieron por su cuenta su retribución por alojamiento y manutención, justo cuando en Andalucía hay cientos de miles de personas que ya no saben cómo hacer milagros, con un jornal de cincuenta euros o con lo que reciben de ayuda social, a la hora de comprar para que en la casa no se muera de hambre la familia. Lo habían hecho no como un hurto, está claro, ni quiero decir que los bolsillos de tan dignos representantes se parezcan en nada al canasto de aquel paisano que poco a poco acababa con el campo local, pero no lo habían aireado como airean, por ejemplo, en cuanto hacen algo de lo que prometieron hacer, y aunque sea la inauguración de la tapa de un husillo, buscan fotógrafo para salir al lado de su obra. Y en cuanto los han pillado en su acción de subida de los gatos propios, han soltado la guita y han dicho, más o menos, lo que dijo el paisano: “No…, es que quería saber si con esta subida me cuadraban las cuentas.” No, no han dicho eso, pero han dado marcha atrás. Miedo me da pensar Solo me qué y cuánto se subirían, si no tuvieran control de nadie.

  • PELIGROS

    LA TRIBU 1-VI-13

    Nadie, en el campo, le ponía puertas al sombrajo; ni en el pueblo, a la puerta se le echaba la llave porque hubiera que ir a unos mandados. Hasta que del sombrajo empezaron a desaparecer herramientas y en la casa entraban para llevarse cualquier cosa. Con el tiempo, el sombrajo se convirtió en un cuarto que se cerraba al dejar la faena, y en el pueblo, a la puerta se le echaban dos golpes de llave y aun se le avisaba a la vecina de que echara una ojeada. Nadie echa el paraguas en el coche si planea ir a la Velá de Triana; ni olvida la rebeca o el jersey si una noche de septiembre, por despejada que esté, piensa ir a un espectáculo al aire libre o a tomar una copa a una terraza. Hemos aprendido a ir poniendo remedios, en función de las necesidades. Y si ayer la bicicleta y la moto se dejaban a la puerta de la casa y amanecían como se dejaron, hoy a los coches les colocamos alarma, si no tenemos dónde meterlos bajo techo y con puerta con llave. Y si las casatiendas no cerraban más que de noche, y el mostrador se quedaba solo mientras la familia comía o tomaba el fresco en el patio, hoy nadie abandona un mostrador y además, por lo general, colocan cámaras de seguridad.

    “Algo tendrá el agua, cuando la bendicen.” Algo impuro, se deduce. Si hay que bendecirla, es porque no está bendita. Pues lo mismo que con el agua, con el sombrajo convertido en cuarto y la puerta de la calle con llave, pasa con algunas decisiones de los políticos y con algunas leyes. Si los políticos proponen una ley de Transparencia, está claro que algo turbio ha ocurrido, ocurre o se teme que pueda ocurrir… o que siga ocurriendo. Aquí los guardas no se ponen por capricho en las viñas, sino porque alguien se está llevando los racimos o no cuadran las cuentas de la cosecha. Todos recordamos cuando viajar en avión a Madrid era como subir a un autobús de línea alado; y en el tren, todavía menos jaleo. Hoy, coger un avión es pasar una ITV de cuanto llevamos encima, y el equipaje, sospecha que tiene que meterse en el túnel de la “resonancia” que detecta incluso si el cepillo de dientes está bien o necesita un recambio. Si los políticos aprueban una ley de Transparencia no es por proponer algo, por aprobar algo, sino porque están –estamos- viendo que en la clase política a veces hay bancos de niebla que no dejan ver cómo se mueve cada uno por territorios propios o ajenos. Es triste tener que andar cerrándolo todo, vigilándolo, reforzándolo, pero a eso se llega cuando una mano se ha salido demasiado del puño de la camisa. Para que el Ojo de Dios ni parpadee, vamos.

  • MARINERO

    LA TRIBU 2-VI-13

    No conocías más mares que los dulces de alguna alberca y algún pilón, y te vistieron de marinero en aquel mayo caluroso, pantalones largos, camisa y chaqueta, y lazo al cuello, calcetines y zapatos, y guantes, tú, que siempre en aquella fecha eras feliz con una camisilla y unos pantalones cortos. Y te vistieron de marinero, con lo lejos que le quedaba a tu vida el mar, con lo poco que tú sabías de barcos que no fueran aquellos trozos de palo que echabas con tus amigos en las cunetas, cuando corría el agua de lluvia. Y te vistieron de marinero. Fuiste a tu primera comunión como a una aventura marina para la que no tenías más que el uniforme. Dios era una isla no hollada por ti, y tuviste que hacer una instrucción de catecismo, confesión y ayuna, como si en vez de recibir a Dios fueran a operarte de apendicitis la conciencia. Más que de aquella mañana de hambre de doce horas sin tomar ni agua, mañana que se te hizo milagrosa y divina cuando a eso de las once fuiste al convite de Acción Católica donde servían chocolate en taza, bollitos de leche y pasteles, recuerdas el paseo en la procesión del Corpus. Mañana dura, pero ya sin ayuna; mañana donde el sol te calentaba el traje por las calles donde la sombra no tapaba, y tú buscabas a Dios en la memoria de los cántaros de agua fresca, en los cubos de los pozos hondos y dulces a los que iba sudando tu juego en libertad. Te preguntabas por Dios a cada paso. Esa mañana aún te quedaban estampitas del día de tu primera comunión, y te echaste diez o doce en el bolsillo, por si alguien te preguntaba que si tenías, y se la darías esperando la voluntad, como paga de santa soldadesca. Sólo por ahí te cuadraba la marinería textil que te pusieron, y, si acaso, por las fotos que te harían más tarde, como si volvieras de jurar bandera con Dios. La inocencia de tus siete años era un naufragio en la mañana sin mar ni barco, marinero perdido entre las costas de la penitencia y los acantilados de los pecados que todavía no eran, aunque tuvieras que pagar por ellos, de rodillas, como si antes de comulgar a Dios lo hubieras crucificado.

    Hoy, cuando ves a los niños de primera comunión, te preguntas si a ellos les han hablado de un Dios más cercano, menos exigente con la infancia; un Dios que no da preferencias –como hacían entonces- a los que van mejor vestidos, que tras la marinería iban los niños con ropa del Ropero de Santa Rita, pantalón corto, azul, y camisa blanca. Y piensas, al ver a los marineritos, en cuánto oleaje les queda todavía hasta llegar a las playas donde les esperan nuevas preguntas.

  • COMO ESTABAN

    LA TRIBU 3-VI-13

    Hace unos años -muy pocos en el tiempo, muchos en la dura comparación que hacemos desde los días que amargan más a medida que vamos mordiéndolos-, cuando hablábamos de algunos asuntos, nos preguntábamos cómo podíamos vivir como habíamos vivido. Hablábamos de cuando las vacaciones era algo siempre de otros, como de otros era cambiar de coche cada cinco años, salir a cenar un día a la semana, tener varios trajes, costear colegios de pago a los niños… Y cuando comentábamos el cambio tan importante que había dado la vida, de tal forma que los obreros tuvieran todos sus derechos y la gente valiente su oportunidad para prosperar; cuando nos decíamos, algo incrédulos, que si nuestros abuelos levantaran la cabeza y vieran la casa, el coche, el sueldo, el trabajo que tenemos, volverían a echarse sobre la muerte, incrédulos de cuanto vieran. Hablábamos desde la seguridad de que tendríamos para volver quince días, con toda la familia, a la playa elegida; y planeábamos sin pensar en ningún contratiempo económico en la celebración de cumpleaños, aniversario de lo que fuera, fiestas porque sí, ferias, carnés de fútbol, abonos de toros o de teatro… Hablábamos de lo dura que debió de ser la vida para aquellos antepasados –no tan lejanos- que se levantaban temprano para ir a echar ocho horas de duro trabajo y llegaban a casa y no tenían las comodidades que teníamos nosotros: frigorífico lleno, calefacción, aire acondicionado, teléfono fijo y móvil, televisión con ochenta canales, vídeo, cuarto de baño con todos los detalles… Hoy –decíamos-, gracias a Dios, en cualquier casa de una familia normal hay de todo lo que esa familia necesite. Todos trabajan y pueden comprar, y si alguno se jubila, tiene asegurada su paga, eso tan importante. Y todo lo que viene con la jubilación, esas ventajas de la edad llamada dorada.

    Hoy, cuando nos damos a hablar, en vez de mirar el presente y compararlo, para bien, con el pasado, tratamos de adivinar el futuro, que, por desgracia, no necesita de bola mágica ni de arúspices para que tengamos una idea bastante aproximada de cómo será. Ahora hablamos de cuánto nos quedará de pensión, de qué nueva entrada económica nos harán un nuevo recorte, qué nos subirán próximamente, cuánto tiempo tendremos que estar trabajando y cotizando y si nos merecerá la pena, si, por lo que dicen, cuanto más vivamos, menos cobraremos de pensión. Y como las vemos venir crudas, ya no pedimos estar como estábamos hace unos años, sino como estaban aquellos que, según la comparación que hacíamos, vivían con apreturas. Del lobo, un pelo.

  • COMO ESTABAN

    LA TRIBU 3-VI-13

    Hace unos años -muy pocos en el tiempo, muchos en la dura comparación que hacemos desde los días que amargan más a medida que vamos mordiéndolos-, cuando hablábamos de algunos asuntos, nos preguntábamos cómo podíamos vivir como habíamos vivido. Hablábamos de cuando las vacaciones era algo siempre de otros, como de otros era cambiar de coche cada cinco años, salir a cenar un día a la semana, tener varios trajes, costear colegios de pago a los niños… Y cuando comentábamos el cambio tan importante que había dado la vida, de tal forma que los obreros tuvieran todos sus derechos y la gente valiente su oportunidad para prosperar; cuando nos decíamos, algo incrédulos, que si nuestros abuelos levantaran la cabeza y vieran la casa, el coche, el sueldo, el trabajo que tenemos, volverían a echarse sobre la muerte, incrédulos de cuanto vieran. Hablábamos desde la seguridad de que tendríamos para volver quince días, con toda la familia, a la playa elegida; y planeábamos sin pensar en ningún contratiempo económico en la celebración de cumpleaños, aniversario de lo que fuera, fiestas porque sí, ferias, carnés de fútbol, abonos de toros o de teatro… Hablábamos de lo dura que debió de ser la vida para aquellos antepasados –no tan lejanos- que se levantaban temprano para ir a echar ocho horas de duro trabajo y llegaban a casa y no tenían las comodidades que teníamos nosotros: frigorífico lleno, calefacción, aire acondicionado, teléfono fijo y móvil, televisión con ochenta canales, vídeo, cuarto de baño con todos los detalles… Hoy –decíamos-, gracias a Dios, en cualquier casa de una familia normal hay de todo lo que esa familia necesite. Todos trabajan y pueden comprar, y si alguno se jubila, tiene asegurada su paga, eso tan importante. Y todo lo que viene con la jubilación, esas ventajas de la edad llamada dorada.

    Hoy, cuando nos damos a hablar, en vez de mirar el presente y compararlo, para bien, con el pasado, tratamos de adivinar el futuro, que, por desgracia, no necesita de bola mágica ni de arúspices para que tengamos una idea bastante aproximada de cómo será. Ahora hablamos de cuánto nos quedará de pensión, de qué nueva entrada económica nos harán un nuevo recorte, qué nos subirán próximamente, cuánto tiempo tendremos que estar trabajando y cotizando y si nos merecerá la pena, si, por lo que dicen, cuanto más vivamos, menos cobraremos de pensión. Y como las vemos venir crudas, ya no pedimos estar como estábamos hace unos años, sino como estaban aquellos que, según la comparación que hacíamos, vivían con apreturas. Del lobo, un pelo.

  • COMO ENTONCES

    LA TRIBU 4-VI-13

    Te acuerdas del frío que hacía en aquel cuarto un metro más bajo que la calle que servía de colegio, y cómo los chiquillos buscabais una banca pegada a la ventana, en la que siquiera lamiera los cristales media hora de sol. Hacía frío, sí, y daba más frío saber que bajo la mesa del maestro ardía el cisco en una copa. “Dos hileras de bancas con tinteros / de plomo…” Recuerdas los dedos ateridos –también de miedo- cuando tenías que demostrar algo en aquel vertical hule negro… “…En la pared del fondo, un crucifijo. / Y una foto de Franco. Una pizarra / con la fecha del día escrita en tiza…” Más que con tiza, parecía que escribías con un trozo de carámbano, que una equivocación equivalía a veinte planas de castigo. Había que usar del exigido sitacismo para no olvidar la lección: “Luisito salió de su casa para ir a la escuela, pero en vez de irse derechito a ella, quedose un buen rato en la calle, jugando con algunos amigotes tan desaplicados como él…” Hacía frío cuando la necesidad pedía desayuno y todavía andaban en el corral calentando el agua en una caldera los dos niños encargados de la leche en polvo: “Esperen a que el agua esté bien caliente, y cuando echen los polvos, remuevan bien, que si no quedan grumos…” El maestro hablaba de la leche en polvo que venía en bidones de cartón piedra que se guardaban, bien tapados, en el “cuarto de las ratas.” Hacía frío… “Una muestra, los verbos, un dictado, / un papel de secante…“ Tu madre te había comprado un vasito de pasta y te había preparado, juntos en un papel de plata, un poco de azúcar y otro poco de canela. “…Y aquella leche en polvo en la mañana…”

    Cinco tardes larguísimas cantando la tabla de multiplicar, o llenándolo todo de tinta en las primeras muestras, sobre el copiado, o, ya con medio aprendizaje, leyendo en el Manuscrito Primero o leyendo el filo del mapa –“… Los límites de España como copla, / y el niño en el Estrecho ya resopla, / cansado de tan largo cabotaje…”, el sábado, a eso del mediodía, América continuaba su láctea caridad: una cuña de queso de bola con la que atrancar la puerta de la necesidad. Dejaste la escuela, murió Franco, llegó otro tiempo que clamaba –con razón- contra las miserias de aquellas escuelas, del frío, del hambre… Y hablaban del bienestar para todos, de educación, cultura… Hoy, ya ves, la Junta –la que despotricaba-, sabe que hay escolares que pasan frío, y, oh, Dios, retoma aquel perfil caritativo con la necesidad, repartiendo desayunos y meriendas en colegios de barrios pobres. Sólo les falta poner una foto de Franco en la pared del fondo.

  • Enajenación

    LA TRIBU 5-VI-13

    Aquí,entre quienes echan por delante a un menor para cometer un delito, sabedores de cuántos mimos tienen los menores por muy mayores que sean para otras cosas, y los que en cuanto los trincan por algo gordo dicen que sufrieron una enajenación mental, hay mucha culpa en la calle, y si en la cárcel, con penas suavizadas. Y eso, claro, enciende a las víctimas, que se preguntan por qué no se enajenaron para entrar a llevarse todo lo que encontraron, o por qué no se enajenaron el día de autos y violaron a una burra, en vez de violar a una muchacha.Casi todo el mundo, cuando sufre algo duro de algún canalla, lo sufre,se calla y sigue mordiendo pena diaria, por alguien querido a quien le hicieron perrerías, o por alguien querido que además murió a manos de cualquiera. Ya medirán lo que tiene que sentir la madre de Sandra Palo cuando sabe que anda suelto el Rafita, o lo que les entrará por el cuerpo a los padres de Marta del Castillo cuando ven a Carcaño o a algunos de los acusados por el crimen de su hija.

    Pero hay veces que la enajenación la argumenta alguien a quien le han matado o le han violado a alguien, decide tomarse la justicia por su mano o el azar le pone en su camino al homicida, al asesino o al violador. En un pueblo de Alicante, un canalla violó a una muchacha; como las penas están como están, al tío le dieron permiso en la cárcel y se paseó por el pueblo como si no hubiese hecho nada. La madre de la muchacha violada se cruzó con él, vio que entraba en un bar, se fue a su casa, llenó de gasolina una botella, se fue al bar, lo “convidó” a gasolina por todo el cuerpo y le metió fuego. El violador murió a consecuencia de las quemaduras. La mujer ahora dice que no lo buscó, que se lo pusieron delante, que reaccionó ciega, “enajenada”, cuando vio por la calle,tan campante, al violador de su hija. Lo mismo que ardía el violador rociado de gasolina, ardería esa madre cada vez que recordaba lo que a su hija le había hecho ese tipo. Le han salido cinco años de cárcel. La mujer dice que sufrió una enajenación mental, pero para su enajenación no hay perdón posible, aunque actuara encendida por la canallada que ese tipo le había hecho a su hija y, de camino, a ella. La Justicia está ahí, y hay que aceptarla, porque esa mujer ha causado la muerte de una persona. Pero lo malo sería que la gente empezara a echar cuentas de cuánto le costaría una “enajenación” que acabe con el violador de su hija o con el asesino de alguien cercano. Así que, por si acaso, más nos valdrá no pasarles la mano a las “enajenaciones” de los delincuentes.

  • CASTILLEJA

    LA TRIBU 6-VI-13

    Un paisaje lunar de harina, aceite, azúcar y matalahúva. Ahí está desde hace más de cien años, la misma que se nos quedó, olorosa, la primera vez que la destapamos como si hubiésemos destapado en la cuna a una hermana pequeña. No sé a quién, cuando iba yo de niño por la calle, le escuché una nana en un zaguán: “Tan morenita y tan durse / y envuertesita en pañale, / argo tiene esta chiquilla / de torta de Inés Rosales.” Llevarse a la boca una torta de Castilleja de la Cuesta es llevarse al alma del paladar el alma de un pueblo. Y Castilleja de la Cuesta es copla, y es horno, y harina, y aceite, y matalahúva, ajonjolí, anís y azúcar. Y gracia. Hay pueblos que han sabido resumir en algunos de sus sabores todo el sabor del lugar. Castilleja tiene el aliento de horno; el aire de Castilleja era un aire conventual, y abrían una puerta y era como si giraran un torno y que te devolvieran el ánima de las artesas. Así sigue la idea, más convento que fábrica, que envejece un siglo el aire que envuelve el trabajo de las labradoras, esas mujeres que simulan magos de naipes al manejar con soltura de prestidigitación la mecánica acción de coger el puñado de masa, aplastarlo con un golpe de palma, azucararlo y dejarlo lista para que el calor termine su trabajo. Después, las liadoras, otro juego de manos que encandilaría al mismísimo Tamarit. Humana cadena que ya tiene en las aceitosas manos el brillo que hace posible el asombro alimenticio. Se humaniza la torta en el trato que le dan, de tan cuidado.

    Hoy, la torta de Castilleja recorre el mundo como un corte de luna errante que enamora paladares. Ahí está aquella vieja torta, “Denominación de origen” en la Unión Europea. Pueden sentirse orgullosos cuantos castillejeros hicieron de su pueblo una sabrosa solución empresarial. Bastó la fe –el amor- de una mujer, una receta familiar, un canasto, bajar y subir todos los días la Cuesta del Caracol y creérselo, eso tan importante para triunfar, en todo. Cuando el hambre sacaba zancajos en los calcetines, cuando mordía por debajo de la puerta y se precisaba de un milagro del ingenio, una muchacha decidió que había un camino abierto: Sevilla. Y a esa muchacha le cupo el mundo en un canasto lleno de amores. Como quien ofrece rosas las pregonaría. Y la honradez, la lealtad a la receta, a no escatimar los ingredientes que hacen posible ese milagro. Para muchos de nosotros, morder con los ojos cerrados una torta de Castilleja es morder la infancia. Una mujer, Inés Rosales. Y un pueblo que se quitó el hambre “a tortas”: Castilleja de la Cuesta. Enhorabuena.

  • ESTILO

    LA TRIBU 7-VI-13

    No basta con tenerlo en la memoria, o imaginarlo; ni basta con contarlo: hay que saber contarlo. Y para contarlo bien hace falta ese estilo suyo, sencillo y enorme, puntada que parece suelta y va hilándolo todo –bordándolo- en el bastidor del papel. Me conformo con tener en común con él la década de nacimiento, el nombre, el picoteo de gorrión helado de las manos recogiendo aceitunas en el suelo, el amor por el aceite y el pánico a saltar el potro. Lo demás, digo esto de las palabras, a años luz. Que no por escribir se es escritor. Mi debilidad por su escritura la conoce muy bien mi soledad lectora, que cuando no sabe qué bocado tomar, lo busca en cualquiera de sus páginas, o en algún artículo que es en sí mismo un pensamiento que pide mármol. Digo mi debilidad por su escritura y es mi debilidad por todo lo que le conozco: su vida, su sencillez, su pensamiento, su honradez, su claridad… Su estilo.

    Antonio Muñoz Molina está muy lejos de los roperos donde las chaquetas se ofrecen a cualquier precio, con tal de que vayas cambiándotelas según indique el tarjetón del protocolo de los intereses. Es un escritor insobornable, dueño de un estilo que no solo no traiciona sino que enriquece, fortalece cada vez que se echa sobre el papel con la pluma en la mano. A esa eterna cara de niño –aunque se deje barba de nativo- se asoma un hombre más viejo que él mismo que lo ve casi todo. Quizá porque por él se asoman, a sus ojos, cuantos merecen subir a la azotea de su talento para disfrutar en la escritura, para quedarse en lo escrito. Salen de sus manos, como chorro de aceite virgen, personas y situaciones que vivió y conserva como oro en paño. Imaginación, toda, pero sobre todo la del niño que miraba las cosas de la vida, los hombres, el aire, las mujeres, los colores, las luces, los olores, como si le hubiesen encargado inventariar cuanto le rodeaba. Y todo lo inventarió, y todo va sacándolo, poco a poco, ahora un beso, ahora una herida, ahora una luz, ahora un frío, ahora un miedo, como quien sabe que ha echado en sus alforjas elementos suficientes para crear un mundo maravilloso. Muchas noches, cuando salgo a la azotea a mirar el infinito, salgo con él, con aquel niño que le encargó al hombre escribir “El viento de la Luna.” Porque en ese niño estamos otros niños que necesitábamos que alguien nos contara cómo fue aquella infancia de pan y tierra. Y él inventó viento en la Luna para empujar hasta nosotros las palabras de esa necesidad. Le han dado el “Príncipe de Asturias.” Yo le hubiese dado, además, el Principado de la Luna. Por estilo.

  • MUESTRA

    LA TRIBU 8-VI-13

    Las muestras escolares eran, primero, unas letras; más tarde, palabras cortas, monosílabas casi todas; y llegaba un día que con aquellas sencillas palabras componíamos “mi mamá me ama” y otras primeras incursiones en el territorio de la escritura. Pero el niño no solo recibía esas muestras, tenía otras, orales, que el maestro iba recitándole cuasi como oraciones: “Tienen que respetar a los mayores; no les contesten, si no es con educación y prudencia. No salgan de la escuela atropelladamente ni dando voces. Sean obedientes con los demás y que ninguno destaque por maleducado. Que ninguno ande por las calles durante la siesta. Sepan comportarse en el juego y en la casa…” El niño iba acumulando muestras, y cuando se le torcía alguna, siempre había alguien mayor que él que le reprendía con una autoridad de grado familiar, aunque no lo fuera. El niño respetaba uniformes y silencios, reuniones y conversaciones de mayores, cargos y, siempre, la edad: “¡Niño… Un respeto a la edad!” Y el niño, por lo común, agachaba la cabeza y se iba. Y así, en el trabajo, que los zagales del campo sabían que la niñez era una aspiración a ser mayor, y para eso tenían que saber comportarse.

    No sé hasta dónde podrán ordenar los maestros de hoy, aunque supongo que más bien poco, y por más muestras que pongan, el niño vive un tiempo en que lo que se lleva es saltárselas a la torera, no cumplirlas. Pero dejemos a un lado la escuela: ¿qué muestras de nosotros tienen delante los niños de hoy, esos niños que dentro de diez o quince años serán hombres sobre los que se sostenga la sociedad? Un niño de diez o doce años, si es capaz siquiera de asomarse a la televisión durante un informativo, verá debates donde siempre hay dos bandos; dos bandos que discuten, con bastante frecuencia, del último caso de corrupción política, de la última golfería empresarial conocida, de los dineros que se fueron nadie sabe por dónde, de alguno que ayer –vestido con ropa que dicen de señor- asomaba a la actualidad con brillo de cargo o de honradez, y hoy va camino de un juzgado a declarar como imputado, como acusado, como lo que sea. Y el niño ve que al día siguiente aparecen imágenes –más muestra- de violencia callejera, de violencia de sexo, de símbolos sociales que van a la cárcel o acaban de salir de ella… El niño oye hablar de “pelotazo”, “trama”, “enjuague”, “lavado”, “prevaricación”, “malversación”, “fondos reservados”, “transfuguismo”, “mentiras”… No sé cómo serán mañana estos niños de hoy, pero habrá que considerarlos ejemplares si no copian ninguna de estas muestras.

  • SIN VERANO

    LA TRIBU 9-VI-13

    Cuando por septiembre no sabías cómo quitarte de encima las moscas, ni ganabas para limpiarte el sudor apenas hacías cualquier esfuerzo o salías de las zonas del aire acondicionado, recuerdo que me preguntaste si sabía algo del tiempo, si había consultado páginas meteorológicas o si había hablado con algún campesino de los que tanto saben de vientos, de lunas, de atardeceres, de comportamiento de los animales… Estabas entonces harto ya del verano, cansado de la larga travesía que empezó en mayo y no había cesado, aunque hubiese mordido ya los primeros frutos del otoño septembrino. Tu frase, en aquel septiembre, fue la de otras veces: “Chiquillo…, qué jartura de caló.” Te recordé que a ese tiempo, los viejos lo llamaban “el veranillo muerto”, que a veces es más molesto que el propio verano. Pero tú tienes una mala relación con el tiempo, en general. Tú eres de los que quisieras que el tiempo se pudiera programar como cualquier aparato de tu casa, hoy lluvia, hoy sol, mañana fresco, pasado nubes… Y en cuanto dijo Dios allá va agua y el día amanecía con su escasa camisa de luz empapada hasta los puños y pisando charcos, me llamaste: “Quillo… ¿Cuándo va a pará esto?” Te recordé el mes en el que estábamos, época propia de lluvias. Pero tú decías que lo que estaba cayendo este año no había caído en la vida. Para ti, la vida cabe en una memoria de cuarenta años. Y siento decirte que es más larga.

    Salvo algunos días de sol entero, los días han sido, digamos, amables. Todavía no te has quemado las manos al aferrarte al volante, si dejas el coche al sol siquiera dos horas. Sé que has ido algún día a la playa, allá por los primeros días de mayo, y que habías guardado ya la ropa de invierno. Por lo que me dijo un amigo que había estado contigo, la otra noche saliste a tomar una copa, no te llevaste ni una cazadora y, en la terraza del bar, acabaste echándote por encima un mantel que te dejó el camarero. Ayer cayeron unas gotas. Ayer, cuando junio se había comido ya casi su tercera parte. Y me llamaste, esta vez con doble alarma: “Quillo…, ayer tarde me cayó un chaparroncillo y, además, he leído en algún sitio que no vamos a tener verano este año. ¿Tú sabes algo?” Deja en paz a los días frescos de junio. No creas que por las playas de julio y agosto paseará la gente con abrigos de visón, en vez de tenderse en biquini o en tanga. Deja que el tiempo sea como quiera. De momento, no te quites el sayo. Mejor, si acaso, ve procurando agua fresca, y, de camino, haciéndote al oído para lo que voy a responderte, si me llamas quejándote del calor.

    A. García Barbeito

  • LAS DOBLAS

    LA TRIBU 10-VI-13

    Si nadie hubiese muerto en esa terrible curva, la Cuesta de las Doblas, en la sevillana Sanlúcar la Mayor, no dejaría de ser una curva muy peligrosa, como tantas otras. Hablamos de la curva, pero no de los coches que circulaban entonces ni de las barbaridades que se cometían. Como la de Las Doblas, todos hemos pasado alguna vez –y pasamos, en cuanto nos salimos de autovías y autopistas y nos metemos en viejas carreteras- por carreteras que nos dan pánico, por sus curvas cerradas, porque no tienen arcén y dan a un precipicio, por su estrechez… Pero son otros los coches, y sobre todo, otra la vigilancia. Cuando de niño veía pasar camino del Rocío camiones cuya carga eran treinta o cuarenta vecinos que habían vestido el camión como si fuera una carreta, pensaba en las curvas a la salida de la tribu, tres hoces de asfalto dispuestas a segar cualquier vida, en una cuesta que para subirla se necesitaba ser gusano y para bajarla, ponerles una galga a las ruedas y aun llevar pensada la marcha atrás. La locura de cargar personas en un camión era algo tan frecuente como disparatado, en las fechas del Rocío

    Cuando saqué el carné de conducir hacía poco tiempo del último accidente que ayer tuvo un recuerdo de cuarenta años en las páginas de ABC. La primera vez que tomé esa cuesta fue bajándola, y si no la bajé en segunda, la bajé en primera. Y en la memoria, más que en el cuerpo, todo el miedo del mundo. Los eucaliptos de la orilla de la curva me parecieron cipreses, cuando los vi de lejos y recordé los dos terribles accidentes, un camión cargado con setenta personas y un autobús. Y los dos, camino del Rocío… Pero esa curva, que es muy peligrosa, porque se cierra justo cuando necesitamos que se abra, no se hizo para autobuses con problemas de frenos, ni para camiones cargados de personas, ni para conductores confiados. Y aunque esté maldita en la memoria de mucha gente, en esa curva no ha muerto más gente que en llanos actuales de buen piso y absoluta visibilidad. Ayer nos mataban las carreteras y la imprudencia y hoy nos matan la imprudencia y la velocidad. Treinta cruces podrían estar clavadas a la orilla de esa curva, sí, pero cualquier carretera de hoy tiene un cementerio chorreado en curvas menos peligrosas y rectas anchas y de buen firme. Carga la curva de Las Doblas con la cruz de ser mortal –nadie duda de su tremendo peligro- sólo porque fueron numerosos sus dos accidentes más sonados. Pero cualquier carretera, hoy, tiene más peligro que toda la historia de esa curva. Porque, más que de las curvas, la culpa es nuestra

  • EL FÚTBOL

    LA TRIBU 11-VI-13

    Cuando hablamos de algunos futbolistas extraordinarios, desde Pelé a Messi, sin olvidar a glorias iguales o superiores como Di Stéfano, Cruyff o Maradona, en una exagerada expresión, solemos decir que son jugadores “de otra galaxia”. Ciertamente, hay futbolistas que tienen unas condiciones que nos parecen únicas, como hay pensadores, toreros y otros deportistas, pero más que los futbolistas, lo que parece de otra galaxia es el fútbol, porque estemos como estemos, el fútbol sigue su ritmo vertiginoso –vertiginoso de dinerales-, mientras medio mundo no sabe qué hacer para solventar las papas del día. Y lo gracioso es que al final quienes pagamos la cuenta del fútbol somos usted y yo, hoy con una entrada, mañana con una cuota en un canal televisivo, dentro de diez días, cuando vamos a comprarle al niño una marca de camiseta, unas zapatillas, un balón, o, sin que nos demos cuenta, en el supermercado pedimos un producto que se encargaron de anunciar mientras veíamos el partido, bien con publicidad estática en el estadio, bien antes del partido o durante el descanso.

    Ni usted ni yo sabemos qué hacer para darle salida a ese pisito que tenemos en la playa o en un barrio de la ciudad, aunque esté a buen precio y en buen sitio, pero el fútbol sabe vender todo lo que le sobra, aunque sea malo. Y si alguien vende, alguien compra. Ni usted ni yo podemos comprarnos la plaza de garaje que necesitamos para el coche, o el mismo coche, que está pidiendo a gritos un cambio y no sabemos de dónde sacar para comprarnos otro, aunque sea de segunda mano. En el fútbol hay un mercado, una compraventa tan desorbitada que parece que estuviera en manos de los mejores comerciales. Y después está lo que ganan. Ni usted ni yo conseguimos que nos suban un tres por ciento en el sueldo, aunque llevemos veinte años trabajando en el mismo sitio, pero en el fútbol se habla de subidas como si esto fuera el almacén de las minas del Rey Salomón. Locos andan quienes se dedican a cuidarnos, con tal de equilibrar presupuestos, ajustar gastos, recortar de donde sea, rebajar lo primero que encuentren, mientras en el fútbol pasan y pasan millones de euros como un río crecido. Cuando dicen que un futbolista gana poco, no crea que hablan de mileuristas –aunque en las categorías inferiores ni siquiera muchos de ellos cobren eso; pero hablo del fútbol televisado-, a lo mejor le están llamando poco a medio millón de euros libres de impuestos. Esto, sin entrar en los gigantescos contratos de algunos. No los futbolistas, el fútbol, sin salir de la Vía Láctea, sí que parece de otra galaxia.

  • CAMPO DE JUNIO

    LA TRIBU 12-VI-13

    Era duro, muy duro, pasarse el día segando, al sol el lomo, dolidos los riñones aun con el amparo de la faja, y un sudor cereal que no podían cortar las hoces que ponían horizontales interrogantes entre las cañas de la raspa, donde los filamentos del trigo dolían a veces como púas de pencas. Era muy duro. Y duro, andar regando un tabacal recién plantado, con un cubo y una lata, mata a mata, doblado, siempre doblado. O doblado sobre las tomateras, escardando la tierra donde la grama o el cenizo aprovechaban el jugo de la tierra. Encorvados siempre sobre el campo, sumisión de amor y esclavitud. Se meneaba este campo por junio con una esperanza de bieldos y costales que en la era dirían cómo fue la cosecha. Hacinadas las gavillas, turno de espera antes de ir al sacrificio del trillo. Se meneaba este campo por los caminos por los que iban cabreros y vaqueros, pegujaleros que iban a su minifundio como a la tierra de promisión, que en los abertales de estas tierras campas había mucho Dios hecho terrón y semilla.

    Se meneaba este campo, que hablaba con interjecciones de muleros y sonaba con silbidos de pastores o con pezuñas que escribían en la tierra batida la dirección de los pastos. Se meneaba este campo, hablaba, sonaba, tenía su queja y su música, su callado grito de esclavitud y sus silencios llenos de preguntas y de sueños lejanos. Estaba vivo este campo, entonces. Y era duro, muy duro, pero en aquella dureza que sólo resulta hermosa en las viejas fotografías o viejos lienzos, el hombre peleaba al lado de la esperanza, conversaba con la tierra, a veces con dura palabra de arado rebelde, a veces con duro corte de hoz que quisiera segarle el cuello a la miseria, pero también a veces con mimo de mano enamorada al palpar la erótica suavidad de unas brevas, unos racimos, la redonda maravilla carnal de unas ciruelas. Era duro, muy duro, penoso, cruel, injusto, siempre de mal pago, pero si el hombre andaba entonces sobre estas tierras para echarle un diario pulso a la esclavitud y a la escasez, sin que se columbraran amaneceres de soles distintos, el campo, con el hombre siempre cerca, estaba vivo, tenía voz de cultivo y de siembra, de recolección y de espera. Hoy, mientras mira otro perfil de la pobreza, el mismo campo que supo traer otros vientos y segar hoces y esclavitud, doblar bieldos y mellar trillos, está ahí, pero mudo, quieto, como embalsamado cadáver cereal, tierra que endureció en barro, barro que se endureció cuasi en piedra, de tanto silencio, de tanto olvido, de tanto abandono. Dura tierra ayer, pero viva.

  • VERSOS SUELTOS

    LA TRIBU 13-VI-13

    El niño creía entonces que la poesía era algo relacionado con las travesuras o con la libertad infantil de poder irse a echar la tarde donde más le gustara, sin sujeción horaria ni rienda posible. Lo creía así, porque su madre, cuando hablaba de él, decía: “Mi Fulano se lleva todo el día por ahí como un verso suelto…” Supo poco después el niño que, sin haber escrito todavía ni uno, tenía naturaleza de verso…suelto. Los versos sueltos son personas que llaman mucho la atención, porque se desmarcan del grupo, no obedecen a nada, salvo a sus ideas, y, por lo común, suelen dar quebraderos de cabeza, como a su madre se los daba aquel hijo. Destaca mucho que alguien se salga del meollo y actúe o hable por su cuenta, y así, por ejemplo, los periodistas andan siempre a la caza de un verso suelto que diga algo distinto de lo que dice su empresa, su hermandad, su partido. Que los hermanos mayores de las cofradías digan a una sola voz que hay que poner límite a determinadas corrientes modernas –por poner un ejemplo que no sé si procede-, vende, pero menos que si el hermano mayor de una cofradía, por su cuenta, dice que cuantas más corrientes modernas, mejor. Todos los focos para él, todos los micrófonos. En el fondo, todos, en un campo o en otro, celebramos –y también lamentamos a veces- encontrar un verso suelto.

    En política tuvimos a Alfonso Guerra, que actuaba por su cuenta muchísimas veces, y era la nota más destacada, porque sonaba cuando la orquesta del partido estaba en silencio o tocando otra partitura. Y en política municipal, en ciudades y pueblos, nos encanta conocer a alguien que discrepa de determinadas líneas de su partido o su formación. Rajoy dirá, el pobre, qué a ver qué malo nuevo le sale mañana, porque no hay día que se acueste sin un nuevo susto, ya sea de Aznar, de Bárcenas o, como en las últimas horas, el presidente extremeño, un Monago que no está dispuesto a ser monaguillo de la “misa económica” que oficia el Gobierno, que es de los suyos, para más señas. Si lo que ha dicho Monago -“Mi gobierno sí cumple lo prometido”- lo dice uno de la oposición, no es frase de un verso suelto, en todo caso, de un verso de pie quebrado que quiere que su rival cojee. Que lo diga Monago es una bofetada sin mano en la mejilla de parte del programa del PP. Un verso suelto en Extremadura le descuadra el poema a Rajoy, que no sabrá hacia dónde mirar para saber el sitio que ocupan sus contrarios. Un verso suelto que, claro, vende mucho en los mostradores de la oposición. Y a ver quién obliga a rimar a un verso suelto…

  • DIOSES

    LA TRIBU 14-VI-13

    Mi padre creía que los curas eran inmortales, porque durante muchos años vio al mismo sacerdote ir rezando en todos los entierros, hasta que un día el cura murió y mi padre dedujo que de eso del morir no se escapa nadie. Yo, en otra variante de exclusivos, creía que los médicos nunca enfermaban y que el maestro lo sabía todo. Para que mis dioses cercanos dejaran de serlo, bastó que el médico tuviera que meterse en la cama por unas calenturas muy raras, y ver cómo el maestro escribía el infinitivo del verbo estar como la tercera persona del singular: “Mañana no puedo está…”

    Un dios terreno tarda mucho en hacerse, casi siempre. Personas que se han llevado muchos años convirtiendo su tierra en barro, y su barro en figura firme, para modelar un personaje paradigmático, que cause asombro entre los hombres, que deslumbre, que resplandezca, así en los toros, la empresa, el fútbol… Pero si largo y penoso es el camino hasta los altares, cuidadísimos tienen que ser todos los momentos del dios; no puede permitirse un parpadeo. En el camino de la forja de un hombre puede haber errores, resbalones, caídas, pero quedan en la intimidad del personaje. Lo malo viene cuando esa persona es ya personaje y sabe que hay miles de ojos pendientes de ella. “Siempre quise hacer bien mi trabajo, pero si llego a saber que eso me suponía ser conocido por casi todos, me hubiese dedicado a otra cosa. Es horrible saber que no hay nada tuyo que escape a los demás”, me decía un viejo artista en Madrid, hace veinte años. Habría, quizá, que llegar al pensamiento manuelmachadiano y decir “…Un vago afán de arte tuve, ya lo he perdido. / Ni el vicio me seduce ni adoro la virtud.” O vivir en una permanente centinela de uno mismo, privarse de muchos gozos de los comunes, para seguir siendo adorado dentro del duro fanal de la penitencia de los dioses. Messi, o sus alrededores, ha caído en el pecado de los dioses del dinero excesivo. Uno de los deportistas que más dinero gana en el mundo, ha caído, supuestamente, en el fraude. Ya dijo Lord Byron que “el dinero, como el estiércol, si se amontona, huele.” Si no siempre, muchas veces. Los niños que miraban a Messi como a un dios del fútbol, el ejemplo de niño bajito y habilidoso que consigue lo que se propone, con aires de humildad y de santo, según dicen, verán que no lo es tanto. Esos niños adoradores del astro argentino, como mi padre y como yo, comprobarán ahora que los dioses también son débiles. Messi, según dicen, no se conformaba con tener varias botas de oro: también quería tener de oro los pies.

  • JUAN REGUERA

    LA TRIBU 15-VI-13

    Aunque en la sangre todo es posible, era muy raro que saliera malo, porque viene del mismo tronco que el llorado y recordado padre Leonardo Castillo, tío suyo. Venía de la bondad y en la bondad ha navegado siempre. Y lo que le queda. Juan Reguera era, en su cargo en La Caixa, el poder que, sin perjudicar a su empresa, se desvivía por hacer algo bueno, por quien fuera, aunque a él le dolía mucho, le duele, la necesidad, el hambre. Y a Juan le descubrieron sus debilidades filantrópicas y se perdió. A él fuimos en cola a pedirle ayudas para gente que no podía llegar a él con su voz, y allí encontramos siempre a Juan, dispuesto, haciendo números o diciendo que ya vería cómo los haría, pero plantado en el hermoso gerundio de la gente de buena fe: dándose.

    Juan Reguera, que tuvo en La Caixa a muy buena gente alrededor, desde su secretaria al chófer oficial, halló en una mujer, Sofía Rowe, lo que necesitaba para que su corazón, ya de por sí entregado, no se olvidara, entre tantos papeles, de seguir entregándose. Sofía, en su agenda de asuntos de comunicación, siempre tiene anotadas muchas necesidades ajenas, y esas necesidades iba pasándoselas a Juan para que éste, desde su condición de director territorial, fuera haciendo de La Caixa una caja en español y en minúscula, pero qué caja. Unas veces, esa caja de La Caixa que enviaba Juan iba llena de comida; otras, de regalos de Reyes para los presos; otras veces envolvía una silla de ruedas o un ascensor, que Juan iba haciendo grande la caja hasta que podía La Caixa. Quizá muy poca gente sepa –en Andalucía, no solo en Sevilla- cuánta hambre ha tapado La Caixa, gracias a la generosidad de Juan Reguera y a la labor subalterna, impagable, de Sofía, paño de lágrimas de muchos, a quienes pedíamos intercesión regueriana. Reguera se ha jubilado y me lo dicen como si hubiera desaparecido: “Te habrás enterado de lo de Juan Reguera…” Está vivo y sano, solo que se ha jubilado y eso, para muchos, es como si se hubiera ido al otro mundo. Tranquilos, seguirá haciendo. Seguro que ya le ha dicho a quien se queda en su cargo cuánta necesidad hay en la calle, y se lo dirá también Sofía. De momento, querido Juan, disfruta, que te lo has ganado: de tu familia, de tus amigos, de tu Betis (si te deja), de Sanlúcar, de la pesca en el Atlántico… Yo sé que seguirás dándote, estés donde estés. Un hombre con tu corazón no sabe más que ser bueno. Pero, mi querido amigo, sepan en La Caixa el hombre que tuvo, que los necesitados de la tierra saben, aunque no sepan tu nombre, lo que era La Caixa cuando la convertías en caja.

  • CÓLIA DEL LÍO

    LA TRIBU 16-VI-13

    El médico de mi infancia se apellidaba Japón, don Antonio Japón, coriano con muy buen son, aficionado al fútbol, al Rocío y a los mostradores donde la tertulia era más amena si la presidía Tío Pepe. En la memoria del fútbol local queda su imagen de árbitro y de aquella vez que, para reforzar el equipo, fue en la moto a Coria y se trajo a Manolo Ruiz Sosa. Con Manolo lo comenté, unos años antes de que muriera. Don Antonio tenía buena amistad con mi padre y fue el médico que siempre vio a mi familia y vigiló los cuatro embarazos de mi madre. Así que estoy hecho al apellido Japón desde que nací. Como los corianos, aunque mucho más los corianos, claro, que Coria es, al parecer, la cuna de los Japón. Por eso no sé por qué no le pusieron Colia del Lío, y entonces no sólo hubiese venido a visitarla el príncipe japonés Naruhito (que si tiene una niña y le pone su nombre, y la niña se viene por aquí, se echa de novio a uno que se apellide Díaz, y pronunciamos la hache como jota, se llamará cuasi como nuestra folclórica, Narujita Díaz), es que se hubiesen venido de golpe, todos los años, millones de japoneses, río arriba, en busca de su sangre, aquella sangre que “sembró” a orillas del Guadalquivir un tal Hasekura. Y, de camino, quién sabe si hubiesen descubierto los sabrosísimos albures.

    Así que un tal Hasekura vino a Coria, se casó con una coriana y tuvo descendencia, y el apellido, para hacerlo pronunciable, lo dejaron en Japón. Por eso encontramos rasgos japoneses en algunos corianos que tienen en la sangre –o en el carné de identidad- un Japón. Por esta razón, el príncipe Naruhito ha ido a Coria, natural. Pero ya le han salido más novias a los japoneses, y hay pueblos que han descubierto un ayer japonés en algo suyo, y cuando nos demos cuenta, van a liarse los pueblos a inventarse japoneses del siglo XVII y vamos a andar haciéndoles homenajes diarios a todos los ojillos rajados. No será extraño, a partir de ahora, ver cómo le ponen nombres japoneses a calles, plazas, jardines o edificios. Ahora va a resultar que todos tenemos un japonés en la familia, y vamos a inaugurar centros donde se aprenda a preparar el té y a comer con dos palillos, a andar con un kimono con más torpeza que en una carrera de sacos y a aprender japonés como segunda lengua. Está muy bien. Con lo único que hay que tener cuenta es con ponerle el nombre de aquel primer japonés coriano a determinados edificios, porque como a un centro le pongan su nombre –Hasekura-, como pronunciamos aquí, acabarán llamándolo “El centro de Jasé-Curas.” Y para hacer curas ya están los seminarios.

  • NI AGUA

    LA TRIBU 17-VI-13

    Había en aquel pueblo movimiento de renovación de cargos en una junta de hermandad, y en los corrillos se hablaba de los dos candidatos que se presentaban para ser hermano mayor o presidente, no recuerdo exactamente de qué cargo se trataba. Lo cierto es que los dos candidatos eran personas queridas que, además, tenían sobradamente demostrado su cariño por aquella hermandad. Pero aquellas elecciones, como otros asuntos, dividían lo que ya era, por otra parte, grupo dividido en el pueblo, ya que había tres hermandades que se llevaban bien –y a la fuerza- sólo el tiempo que pasaban juntas en la misa, cuando de una celebración general se trataba. En uno de esos corrillos, aquellos días de preparación de elecciones, estaban unas personas, hombres y mujeres, hablando de uno de los candidatos, el que parecía que acabaría ganando. Era el candidato un hombre querido, serio, respetado, simpático, honrado, con buen temple para todo el mundo, y uno de los del corrillo, que a las claras apostaba por otro candidato, cuando le preguntaron por qué trataba de descalificar a la persona de que se hablaba, dijo: “Hombre…, yo no digo que sea malo, porque no lo es. Pero se lleva muy bien con los del otro bando, y yo prefiero a uno que al enemigo no le dé ni agua.”

    Aquí es frecuente darle categoría de enemigo, aunque no lo sea, a quien es rival en el mismo campo, quizá porque necesitamos la guerra, y si es posible, fría, que mantenga viva la llama de la rivalidad; necesitamos actuar de forma que no sólo nos alegre a nosotros sino que esa alegría suponga la tristeza del otro. O sea, el tantas veces citado aforismo de Renard: “No basta con ser feliz, hace falta que los demás no lo sean.” Aquello que viví en aquel pueblo lo vivimos todos los días en la política: basta que uno de un partido tenga buenas relaciones con alguien de otro partido, para que empecemos a hablar de chaquetero, de vividor o de pancista. Lo seguimos viendo en las hermandades, en la política local, en empresas y en comunidades de propietarios, como si dentro lleváramos la insomne idea del enemigo, el “ni agua” de que hablaba aquel, la semilla fratricida. Aunque a mí me dan miedo casi todos los pactos de rivales políticos –porque muchas veces son para salvar a unos cuantos, más que por salvar la situación general-, celebro que, cuando se hace necesario, los hombres se dejen de rivalidades y tiendan su mano. Creo en el acercamiento PP-PSOE, porque creo que sólo así podremos salir adelante. En este caso, al enemigo, la mitad del agua. Porque todos nos necesitamos, y nos necesitamos vivos.

  • FLAMENCOS

    LA TRIBU 18-VI-13

    Hay miles, entre bailaores, palmeros, cantaores para acompañar, guitarristas… No vienen, necesariamente del hambre, ni firman con el pulgar, tras mojarlo en una almohadilla entintada. Son muchachos y muchachas que un día, en la escuela o en el instituto, sintieron la llamada del flamenco, o los embebió un cante, la imagen de un baile, los llamó una guitarra seductora, de esas guitarras que cuando suenan arrastran como seis gordos cables de acero tirados por un caballo percherón. Conocí a viejos flamencos –Valderrama, El Sevillano, Luis Caballero, Mairena, Chano, Amós, Antoñito Peana, Chocolate, Naranjito, Rafael el Negro…- y todos tenían dentro historias increíbles, todos contaban su vida y con el relato nos adentraban en mundos que a veces parecían mágicos y a veces amargos, que quizá así eran, esa doble razón de pena y alegría que envuelve lo flamenco. Entre aquellos hombres, los había que apenas pudieron ir a la escuela, aunque algunos lucharan por cultivarse y lo consiguieran. Así todos los que conocí entonces, hace más de treinta años. Hoy los flamencos jóvenes son otros. Los habrá, sí, que no aprendieron nada sobre los libros, que lo dejaron todo para aprender a cantar, a bailar, a tocar, a hacer compás; pero los hay muy preparados, muy severos con su disciplina artística, y cuando cualquiera puede pensar que al echarse el telón se van de alcohol y otras esquinas de la noche, nos encontramos con un chaval, o una chavala, que ha recorrido medio mundo y está muy preparado, habla inglés, tiene una carrera terminada o a medio terminar, alterna diariamente el gimnasio con los ensayos, o se pasa seis u ocho horas aprendiendo un estilo o, si sobre la guitarra, tratando de escarbar con las uñas hasta encontrar esa falseta, aquel toque de escalofrío, aquel rasgueo, aquel misterio entre las cuerdas.

    Hay miles. Madrid quizá tenga la más amplia nómina de flamencos, o al menos allí siguen yendo a buscar el pan –un pan distinto, ya sin la esclavitud de entonces- a cambio de un arte que si bien llevan dentro, también aprenden, también machacan sobre él, como cualquier chaval que quiere forjarse su destino en cualquier profesión. No se limitan a hacer lo que han aprendido, buscan, trabajan, perfeccionan, se cuidan y salen todas las noches –con una vida sana y lúcida- a examinarse sobre un escenario, con la esperanza en aprobar diariamente. Los hay catalanes, manchegos, madrileños, andaluces…, pero todos hablan el mismo lenguaje: el flamenco, ese esperanto, ese lenguaje universal que sigue cautivándonos. Benditos flamencos.

  • LA TRIBU 19-VI-13

    Supongo que como yo habrá mucha gente que no se explica lo que dicen que hizo José Bretón con sus hijos, porque hace falta tener una mente excesivamente enferma, unas ideas asesinas a las que por suerte no llegamos muchos, y sobre todo, una frialdad sin límites, para que alguien pueda reaccionar así ante la muerte de sus hijos, una muerte o una desaparición, que ya no sabe uno qué pensar de todo esto que se envuelve en una humareda en la que solo vemos los ojos de estatua de Bretón. Ni siquiera Bretón es comparable a Miguel Carcaño, que aunque Carcaño sea un homicida frío, calculador, capaz de engañar una y cien veces para que el tiempo vaya borrando las que ya serán tenues huellas de aquel crimen, Carcaño no era el padre de Marta del Castillo, si acaso, alguien que quizá alguna vez la amó o la deseó. El caso de Bretón nos espanta porque se trata de un padre que, al parecer, durmió a sus hijos, los enterró y los quemó vivos, dormidos, pero vivos. Si es así, no sólo no podemos calcular la pena que merece tal sujeto, sino que no podemos remontarnos a la idea de que alguien pueda hacer algo así con lo que más se quiere, con quienes eran tan inocentes y jamás pudieron, por edad, obrar mal alguno.

    Si alguien, con tal de dañar a una persona que ya no quiere tratos con él –sea su ex marido o su ex mujer-, por despecho, por venganza, por lo que sea, es capaz de llegar a lo que cuentan que hizo José Bretón, estamos ante un monstruo, no ante un psicópata al uso. La fiscal tiene claro que está ante un asesino, y lo tienen claro muchas otras personas que no tienen tantos datos en su poder, y lo tienen los cercanos que saben de cómo es capaz de actuar Bretón. Lo sabe, sobre todo, la madre de los niños, que no podrá dormir pensando que quien le sembró la vida de esas criaturas haya acabado con ellos, de esa forma, aunque no haya forma de matar a un hijo de esa edad que quepa en la cabeza de cualquiera. Miedo da esa mirada sin parpadeo, ese loco de hielo que ha añadido un plus desmesurado a la peor locura. Pero, ¿qué dirá el jurado? ¿Puede condenarse a alguien de cuya culpa no se hayan encontrado todas las pruebas? Tan alta canallada me parece lo que dicen que hizo, que hay momentos en los que pienso en la remota posibilidad de la inocencia del acusado, incapaz, quizá, de asumir tamaña atrocidad. Si no lo hizo, pobre hombre; si lo hizo, pobres niños y pobre padre. Mejor, pensemos en su inocencia, porque si tenemos que asumir que fue como dicen, díganme qué castigo es el que piensa cualquiera para una bestia así.

  • Ya era hora

    LA TRIBU 20-VI-13

    Dos horas llevaba el terco empeñado en demostrarnos que aquella tuerca era de aquel tornillo, y unas veces decía que el tornillo estaba oxidado y otras, que la tuerca tenía rebabas. De nada servía que uno y otro le dijéramos que se convenciera de que el problema estaba en que la tuerca no era de aquel tornillo, y él mantenía que esa tuerca la había quitado de aquel tornillo, y que si había salido, tenía que entrar. Por más que le decíamos, el terco, a lo suyo: “Po tiene que entrá…” Probó con aceite, con grasa de coche, con detergente líquido, y por más que le decíamos que estaba equivocado, el terco no oía a nadie, y no sólo por su media sordera sino porque estaba metido en su ciego –y sordo- empeño. Cuando había agotado todas las pruebas que se le vinieron a la cabeza, uno de los presentes se agachó y cogió de entre una llave inglesa y un martillo una tuerca que el terco no había visto. Se la dio y le dijo: “Prueba con ésta.” Probó y enroscó. Y el terco, no conforme, dijo: “Eso es que alguien me ha cambiado la tuerca…” Un chavalín que estaba allí con su padre, cuando lo escuchó, dijo con voz que, más que de diez años, parecía salida de un viejo sabio: “¡Anda, que el sordo es tierno…!”

    Pues algo así se antoja decir al saber que el Gobierno va a reformar la Administración. Ya era hora. Llevamos cinco años de crisis y en ese tiempo, este Gobierno, como el anterior, se ha empeñado en que enrosque en el tornillo la tuerca que tenía en sus manos. Y por más que les decían a unos y a otros, nada, a untarle aceite a la tuerca, a decir que tenía rebabas, a decir que el tornillo estaba oxidado, y venga a probar otra vez, y grasa, y detergente líquido, pero el tiempo pasaba y aquí los únicos recortes eran –y son- para usted y para mí. Y el Gobierno, como aquella soleá de Triana:“Sordito como una tapia / y ciego de nacimiento…” Ayudas a quienes después no nos ayudan; subidas de impuestos, rebajas sustanciales, servicios que desaparecen…, y empeñado en la misma tuerca, como el terco: “Po tiene que entrá…” Hasta que por fin –anda, que es tierno el Gobierno- alguien ha dicho que prueben con otra tuerca, y la nueva tuerca –que será la suya, si la enroscan bien, que esa es otra-, si es la que dicen, entrará. Ya veremos. De momento, el anuncio de la Reforma de las Administraciones Públicas ha costado un dineral sólo en carteles; a ver si ahora se ahorra para pagar gastos y que sobre algo, aunque sólo sea tiempo. Nos han duplicado y cuadruplicado gestiones y nos han amontonado ventanillas y bandazos. Ya falta menos para la centralización.

  • Qué miedo

    LA TRIBU 21-VI-13

    Ha entrado el verano y ha entrado reservón, escarbando en la tierra que tendría que estar caliente y ni la tierra se atreve a pasarse.Ha entrado el verano y no sabemos si ha entrado por su propia voluntad o por una orden del juez, que visto lo visto, nadie se extrañaría si mañana sale una Audiencia diciendo que tal como ha entrado el verano, que salga. Quizá por eso el verano ha entrado reservón, escarbando, deslumbrado por el sol de la tarde,temeroso de echar a trotar por el albero de este ruedo de España. Juan Ramón dijo “…Es abril porque abril está pasando…”, y eso mismo podríamos decirlo por muchos otros meses, por lo menos, por once más, porque, no tanto por lo que marque el mercurio del termómetro como por lo que marca la frente del país, los días son días porque están pasando, no porque sean días como tienen que ser.

    Qué miedo. De todo. Si nadie se confía de las campañas de los políticos del poder,donde nos anuncian que dejaremos de tener problemas, gracias a su esfuerzo (a buenas horas…); si nadie sabe ya qué es lo bueno y qué es lo malo, porque eso no depende de la naturaleza de las personas y las cosas sino de decisiones particulares; si va a llegar un día que estemos frente al amanecer y una noticia quiera convencernos de que atardece; si vemos cómo hay criaturas esperando los ojos de alguien que se ocupe de lo suyo, porque están desesperadas, mientras a otros nos les quitan ojo de encima por si necesitan algo, díganme si no es para vivir con el corazón encogido y sin saber si uno es inocente, culpable, cómplice o testigo. Primero, parecía una sensata decisión que un juez le impusiera prisión con fianza a Miguel Blesa, algo que fue aplaudido desde unas gradas y criticado desde otras, digamos, división de opiniones; si al poco, tras pagar la fianza, vimos a Blesa salir de la cárcel y los que aplaudían silbaban y los que silbaban aplaudían; si al poco el mismo juez decreta para el mismo Blesa prisión incondicional, y aplausos y silbidos volvían a su lugar de origen, y si ahora llega la Audiencia Provincial y le dice al juez que a Blesa hay que sacarlo, miren, yo no sé a ustedes, pero a mí se me llena de miedo el cuerpo, y el alma. ¿Ustedes se imaginan a un árbitro que le saca tarjeta amarilla a un futbolista, y después se la saca roja, y cuando el futbolista va para el vestuario llega otro árbitro y dice que a jugar, y así una vez, dos, las que hagan falta? Miedo me da España. Yo quisiera saber, cuando dicen que estamos empezando a salir de la crisis, a qué país se refieren, porque no creo que se refieran a España.

  • Despensa

    LA TRIBU 22-VI-13

    Era principio de un verano, como ahora, y fui a ver al Cangui a su casa. Era media mañana, y yo sabía que estaría allí, porque la noche anterior me había dicho que tenía que esperar en su corral el sol de las once, que según brillaran las yerbas de determinado sitio del corral bajo el sol de esa hora, él podría calcular qué clase de verano tendríamos, si caluroso, muy caluroso o tolerable. Eran poco más de las diez de la mañana cuando di una voz desde la puerta, que estaba, como siempre durante todo el día cuando él estaba allí, abierta de par en par. Antes de que me dijera que pasara, ya me había saludado el olor de lo que estaba desayunando. Después mediría que ese desayuno había sido el de toda su casta, desde que junio se venía. En la puerta de la cocina, justo antes de pasar al corral, sin perder de vista ni el reloj despertador ni la luz que iba colándose, el Cangui, sentado en un taburete daba cuenta de un bollo cortado en dos mitades, a lo largo,tostado y bien chorreado de aceite, y un plato con seis sardinas. Aguardando para cuando acabara de comerse el desayuno veraniego, estaba una cacerola donde había hervido ya el café: “Aquí estoy esperando a que sean las once, y ya te iré diciendo, minuto a minuto, cómo va a ser el verano. Y aquí estoy desayunando lo más sano que puede desayunarse, pan, aceite y sardinas. ¿Tú sabes lo que estaba pensando ahora? Pues que estoy desayunándome parte de la madrugada de un hombre (el panadero), parte de un día en alta mar de otro, y parte del trabajo de un molinero…”

    Valoraba el Cangui, en cualquier cosa, cualquier esfuerzo del hombre. Llevaba razón:para que él pudiera comerse aquel bollo empapado en aquel aceite y con aquellas sardinas, hizo falta parte del trabajo de tres hombres –de día o de noche-, en la tierra o en el mar. Y eso mismo, hoy, principios de otro verano, pienso yo,cuando en la cocina pelo unos tomates, corto una cebolla, empapo un poco de pan, cojo un diente de ajo, echo aceite en un vaso, pellizco la sal, rompo un huevo… Y pienso en que para que eso sea posible, hizo falta una parte del trabajo de muchos hombres. Y pienso en el huerto, en la granja, en la panadería, en la almazara… Y si por olvido no le doy las gracias a Dios por los alimentos que voy a tomar, se las doy –también por la memoria del Cangui- a los hombres que hacen posible, con su esfuerzo, que comamos todos los días. Que las gentes que trabajan con sus manos el mar y la tierra, llevan entre sus dedos,sin saberlo, las llaves que todos los días nos abren la despensa.

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