Tate
La tribu 25 de mayo de 2013
En la plazoleta terriza, apenas habían nacido los sesenta, colocaron una noria que a la niñez le parecía alta como un arco íris alto. Subido a ella, en aquellas barcas que eran péndulo del miedo, una canción sonó por la gramola de la atracción: “Esperanza.” La voz, de Enrique Montoya, y aquel son que traía mareas caribeñas se me quedó dentro, como brújula por la que hallar un día la cercanía de quien la llevaba llena de pájaros flamencos por la garganta.Pasaron muchos años, pero pude, poco a poco, ir conociendo a todos los Montoya. Primero, al patriarca, al gran Enrique, quizá una noche de Alcázar y Bienal,llena de puentes y ríos su voz, de lechuzas machadianas, de lo que quisiera,que Enrique era la música que faltaba en los poemas.
Yo había vivido una tarde utrerana y caliente de un verano de los setenta con El Turronero y su padre, y pregunté por Enrique. Quería verlo, saber cómo eran de cerca su risa y su mirada, sus andares, su gracia, el señorío que viajaba en su voz cuando se abría como una mariposa por los patios. No pude verlo, pero todo aquello que yo buscaba en el padre, lo hallé, intacto, en sus hijos, sobre todo cuando traté tan cerca a Tate y a Enrique. Cercanía y cariño a raudales;gracia, arte, sencillez… Desde aquel Enrique padre, junto a María, la madre, al último acento de los hijos, los Montoya son un corazón artista que ama y ríe,que abraza como un viento amigo y se extiende como una alfombra de flores. Luz y talento, y siempre la gracia, y siempre ese son de buena gente, un son tan acorde como el de sus voces, sus guitarras, sus palmas, sus bailes… Utrera por dentro, sonándoles como un campanario, el más alto, y bendecido todo por esa Consolación –“la del barquito en la mano”- que le daba, le da, a la casta ese aire de alegre santidad. Ha muerto Tate. Guardo de él nuestro primer encuentro,a finales de los ochenta; y los ratos en su estudio, guitarra y voz, íntimas,fiesta de cumpleaños, baile, compás, alegría… En esta plazoleta terriza de mayo,¿por qué esta avariciosa recluta de la muerte en las quintas del arte flamenco?¿Por qué esta precipitada necesidad de lo mortal de dejarnos sin las manos que tocan, sin las voces que cantan, sin el arte que latía como un corazón enorme que le sube el pecho a la tierra? Tate Montoya que ya estás en los cielos,ruega por nosotros. Qué sola Utrera, qué soledad de mostachones, de rincones de gracia donde el arte improvisa milagros, los regala… Tate Montoya, ¿el corazón?No, habrá sido otra cosa. A una casta tan corazonada no puede fallarle el corazón.